Desde la tenobia a la entrada del hórreo, se divisa la sierra del Aramo con la capa tenue de las primeras nieves del año, olvidando por un instante las cicatrices del tiempo en esta aldea de Llusiella abandonada por la propiedad. Un condado que sólo deja nombre a la parada de autobús en la cercanía de unas ruinas cubiertas de vegetación, las antiguas Escuelas que acogían decenas de escolares hace medio siglo.
El camino entre Casielles y Llusiella nos regala media hora de paseo entre praderas subiendo hacia la Venta del Aire y bosques de robles y castaños que tiñen con los primeros colores otoñales la pequeña vaguada que desciende hacia Soto del Rey frente a la Sierra del Aramo. Filomena conoce muy bien ese pequeño recorrido, con la mochila de recuerdos a su espalda y las fatigas de abuela en sus piernas.
Se detiene un momento para sentarse a descansar en
unos grandes troncos húmedos apilados y posa con cuidado el cesto que llevaba colgado del
brazo. Levanta el trapo para mirar en su interior.
- No te preocupes Roxina - le susurra ella acercando su cara a la boca del cesto.
Acaricia suavemente la gatita agazapada en el fondo,
la mirada algo inquieta por el viaje.
- Tamos llegando. Verás qué sitiu más
guapu pa criar tus gatinos.
Al contemplar el horizonte no puede evitar recordar
aquel recorrido agotador de noviembre de 1931, cuando su suegra Martirio la echaba de casa.
- Eres una inútil. ¡Seguro que no vas a parir nada
bueno otra vez!
A la pérdida de los gemelos en el anterior parto, le siguió un año y medio de difícil convivencia.
- Antes de que vuelva mi Ramonín de la fábrica te
quiero fuera de mi vista. ¡Ahí tienes la puerta! Aquí se hace lo que yo diga.
No necesito derecho de voto ni más pamplinas.
Con poco más de lo puesto y su embarazo ya en estado avanzado, Filomena tomó el camino de Llusiella donde esperaba su hermano Manuel que llevaba un
tiempo en el hórreo de la quintana de sus tíos. Llegó muy cansada y franqueó con dificultad la subidoria, ya le faltaba poco para salir de cuentas. Empujó la puerta y
descubrió en su interior el colchón de lana, una palmatoria y la bacinilla para
pasar la noche. Sentado en la tayuela, un cuenco lanero con el ovillo de lana entre los pies, su hermano Manuel estaba tejiendo, disfrutando de una de sus aficiones en la intimidad del hórreo.
Encontró refugio en casa de su tía Generosa y el hórreo cubría sus expectativas de independencia, cansado de los constantes reproches de sus padres sobre su forma de vida.
Los gritos de dolor acompañaban las contracciones cada vez más cercanas e intensas. Y después de muchas horas llegó el momento del primer llanto para restablecer el sosiego de la noche y el silencio de la aldea.
Sonríe a su hermana exhausta por la caminata, y se acerca a la puerta para ayudarla a entrar en el hórreo.
- ¿Qué, ya te echó esa bruja?
Filomena se sienta en el colchón, lleva la mano a su barriga para acariciarla delicadamente. Susurra con voz temblorosa a la criatura a punto de traer la felicidad a la aldea.
- Solo pienso en tenerte en mis brazos y cuando ocurra ya nada importará.
- Ya verás como todo va a salir bien - le dice él.
Manuel introduce su mano en el bolsillo del chaleco para sacar el reloj suizo recién estrenado. No pierde ocasión para lucirlo desde que recibió ese preciado regalo de su tío desde Argentina.
- Esta noche voy a parrandear ¿Te arreglas aquí sola, no? Tienes a tía Generosa para cualquier cosa.
Filomena estaba de suerte, cayó en el colchón y se durmió como un lirón. Agotada después de un mes con muchísimo insomnio, aquello fue una bendición para ella. Nada hacía prever lo que estaba por venir. Estos últimos días las contracciones se acompañaban de un dolorcillo como de regla, pero esta mañana del 12 de noviembre de 1931, despertó convencida que había llegado el momento.
- ¡Manuel! ¡Tía!
Llegó la tía Generosa con la cara acongojada.
- Ha ocurrido una tragedia esta noche en Manzaneda. Una terrible tragedia - repetía entre sollozos...
Llevaba el reloj de Manuel colgando de la mano. Lo dejó cerca del colchón para interesarse por su sobrina.
- Trajeron este reloj de Manuel para ti.
Abrumada por el dolor que se iba y venía, no alcanzaba
a entender lo que le comentaba su tía, y solo se aferraba al convencimiento de
que pronto iba a tener entre sus brazos a la criatura que llevaba meses
acariciando en su barriga.
- Te llamarás Manuel o Manuela. A ti te tocará cambiar este mundo que te espera.
Los gritos de dolor acompañaban las contracciones cada vez más cercanas e intensas. Y después de muchas horas llegó el momento del primer llanto para restablecer el sosiego de la noche y el silencio de la aldea.
Cada 12 de noviembre, Filomena retoma el camino de Casielles a Llusiella. Sentada en la tenobia del hórreo se pasa la
mano por el pañuelo negro que le cubre su cabello plateado. Saca el reloj de bolsillo de su hermano que lleva custodiando más de treinta años en el mandilón. Observa el cristal de la esfera rayado por la navaja en busca de los latidos de la
sangre bajo el chaleco de su hermano.
En su regazo Roxina responde con ronroneos a sus
caricias.
- Está un poco abandonado desde que murió la tía. Ya nadie llena el hórreo con la cosecha. Pero tus gatinos van a criarse muy bien aquí. Puede que se vayan, como mi Manuel que tuvo que irse a buscar mejor vida a Suiza. Pero todo va a cambiar, ya verás. Lo
mejor queda por venir.
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